Hércules es una historia que a la gran mayoría de las personas que conozco, causa gran emoción y buenos recuerdos de su niñez. La verdad es que es un clásico… la trama, el soundtrack, el romance entre él y Megara, la transformación de un mortal en un dios o la incondicional amistad que se desarrolla entre Hércules y Phil, su entrenador.
Hércules era un incomprendido que se convierte en un adolescente con una fuerza poco común. No encajaba con los demás y había muchas incógnitas en su vida. No es hasta que sus padres le revelan la verdad sobre su pasado, que él emprende un camino de retos y aventuras para convertirse en quien está llamado a ser.
Esta historia nos debería sonar muy familiar, es prácticamente nuestra misma historia de salvación: Estamos en el mundo, muchas cosas no encajan y no es hasta el punto de nuestra conversión, que grandes verdades nos son reveladas. Y el resto de la historia se resume en un constante luchar por reclamar aquello que nos pertenece, aquello para lo que fuimos creados.
“Estar en el mundo sin ser del mundo.”
Esta es la gran trama en donde todos nos encontramos y cuanto más claro es el camino, mayor resistencia encontraremos para seguirlo por todo el sacrificio que implica.
Estar en el mundo sin ser del mundo, es como iniciar un juego de mesa, pero con otras reglas. Totalmente absurdo. Parece ser que, con esas reglas, ajenas al juego, los cristianos en lugar de avanzar más rápido, se van quedando atrás.
Por eso la vida del cristiano es incomprensible e ilógica a los ojos del mundo, porque nada cuadra, porque se va a contracorriente.
¿Por qué servir antes que ser servido? ¿por qué buscar dar antes que recibir? ¿por qué gozarse en el sufrimiento y a veces limitar los placeres? ¿Por qué invertir tiempo, dinero y esfuerzo en causas que muy probablemente no te beneficien directamente? ¿Por qué pensar dos veces antes de explotar de ira? o ¿Por qué pedir perdón y perdonar si a veces es mejor dejar las cosas ya como están?
La vida del cristiano y del héroe consisten en lo mismo: en convertirse en aquello para lo que fueron llamados.
Estar en el mundo sin ser del mundo, implica grandes renuncias, elegir el camino correcto, no el más fácil; hacer las cosas bien, no más rápidas y más importante, amar a las personas, y no usarlas.
Lo bueno de estar aquí, sin tener que dejar raíces, es que no tenemos porqué contaminarnos con todo lo que se vive. Es cierto, todo está muy mal. La violencia, las guerras, la pobreza, las enfermedades, la falta de oportunidades y la injusticia… nada inspira a un futuro alentador para aquellos que pertenecen a este mundo.
Pero no para ti ni para mí, es derecho y obligación del católico dar una propuesta diferente. Que se tome a pecho la salvación del compañero de al lado, de la persona que viaja junto a él, de sus amigos y familiares.
Es la esperanza lo que nos mantiene vivos. Es poner todo de nosotros porque con certeza confiamos que el Señor hace nuevas todas las cosas (Ap. 21, 5.). En esto consiste la vida, en jugar un juego que ya está ganado. Que no importa cuántas batallas pierdas, qué tan retrasado parezca que vayas, el juego es tuyo.
“Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.”
Col 3, 2.
Las aportaciones que ha hecho el cristianismo, en las distintas épocas de su existencia, han mejorado la calidad de vida de miles de millones de personas y todo por la generosidad de cada una de las personas que invirtió parte de su actividad en la vida en donarse a causas muy específicas.
Los hospitales dirigidos por congregaciones religiosas que han atendido a tantos necesitados, los religiosos que han fundado escuelas que han educado a niños con futuros poco prometedores, la entrega de tantos religiosos a través de los siglos, los documentos que han aportado una visión distinta sobre el desarrollo humano como, por ejemplo, la encíclica Rerum Novarum, que es considerada el primer antecedente de los derechos de los trabajadores explicitado en un documento, son sólo algunos ejemplos de todo lo que se puede hacer en este mundo sin pertenecer a él.
“Nosotros somos ciudadanos del cielo.”
(Fil. 3, 20)
Pero mientras recorremos la tierra, no podemos dejarla igual. Que a nuestro paso, haya huellas de esperanza y un mejor porvenir, porque nada está perdido.
Cada vez que las cosas se pongan difíciles, recuerda que todo es pasajero, que estás aquí, pero en calidad de extraviado, de extranjero que sólo busca la forma de volver a la patria prometida.
1 comentario
Triste es que la verdad está ahí y la mayoría no quiere verla. Gracias por el texto, Ali.